Un solo de jazz
La relación entre jazz y la pintura viene de muy lejos. Mucho antes que cristalizara el primer estilo de jazz ya existía en el folclor negro la expresión blue devils (demonios azules) para referirse a una condición de melancolía que a veces se apoderaba de los esclavos negros en las plantaciones del sur de Estados Unidos. La expresión blue significa tristeza al mismo tiempo que identifica al color azul, ¿es que acaso la tristeza posee un color asociado de modo tan categórico?
Por otra parte, hasta hace poco era habitual referirse a la “gente de color” para señalar a la comunidad afroamericana, en referencia a los “negros”, percibidos así por los “blancos”. Fue esa gente que poseía el don del color quienes crearon el blues. Para el músico y el estudioso del tema lo más característico del blues rural es la existencia de las blue notes, ciertas notas de la escala musical que son interpretadas con una cierta desviación microtonal que no alcanza a ser una desafinación, la cual provocaba una cierta desazón a los amos de las plantaciones. Con el paso al siglo XX el blues se constituyó en la base del naciente jazz, aportándole entre otras cosas sus características blue notes.
Ya en el contexto urbano el jazz no dejaba de sorprender al auditorio blanco. La improvisación colectiva de los inicios dio paso a la improvisación por turnos, en donde cada instrumentista podía expresarse individualmente tomando como pretexto la melodía central de una composición, melodía que ya había sido presentada al principio de la ejecución. Así, cada solista se encarga de delinear, perfilar y deformar una melodía que fue presentada antes en su estado natural. Los aportes personales son aquí bienvenidos, a diferencia de la música de concierto creada por la cultura blanca en Europa. En el jazz se habla de un código individual que representa el aporte de cada músico improvisador al conjunto al cual pertenece en ese momento.
A su modo, la pintura de Alejandro Balbontín da cuenta de todo lo explicado anteriormente. Cada color está cargado de simbolismo: el azul del blues, el negro de los esclavos africanos, el blanco de los amos europeos, el rojo de la furia y el apasionamiento de quienes crearon el jazz como una válvula de escape a su sufrimiento colectivo e individual…En el jazz la relación entre el colectivo y lo individual es un rasgo de vital importancia; no olvidemos que el gran director y compositor Duke Ellington nunca ocultó su fascinación con la pintura, disciplina que estudió de joven, antes de decidirse a ser músico. En su orquesta Ellington logró plasmar como nadie antes la relación entre el conjunto instrumental y el solista que crea música en el momento.
Al igual que un solista de jazz, nuestro pintor delinea, perfila y deforma. A ratos queda claro donde termina un instrumento y donde comienza otro, pero también se confunde el cuerpo de un músico con el de otro, como una alegoría a su condición de integrante grupal o individual. De la corporalidad del músico destacan sus manos y ojos, en donde Balbontín busca llegar a la esencia del solo de jazz en cuanto los ojos semicerrados denotan una concentración casi como en un trance, y las manos representan la herramienta mediante la cual cada músico vehicula su código individual.
La pintura de Alejandro Balbontín se acerca a una situación que sólo la grabación de discos ha logrado mostrarnos parcialmente: el poder fijar un solo de jazz, deteniéndolo en el tiempo. No se trata de la realidad objetiva de una fotografía, es el ambiente que percibió el pintor y que nos lo devuelve transformado por medio de colores, líneas y manchas. Como músico sólo me resta agradecer a Alejandro el regalarnos con sus imágenes esta otra mirada, la percepción que tuvo cuando fue testigo de un solo de jazz.
Álvaro Menanteau
Musicólogo
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